La historia se repite una y otra vez. Una catástrofe en un país del mal llamado Tercer Mundo. Imágenes de la tragedia que nos inundan desde las televisiones y los periódicos. Una oleada de solidariadad internacional. Muchas promesas.Y después, el silencio más absoluto, y el olvido.
Las catástrofes naturales ocupan los titulares de la prensa dos, tres, cuatro días a lo sumo, dependiendo del interés y de los cientos demiles de muertos. Y de repente, desaparecen de nuestras vidas, como si el terremoto, o la erupción volcánica, o el tsunami, jamás se hubieran producido. Como si no hubiera muertos, ni heridos, ni damnificados, ni decenas de de miles de casas destruidas.
Pero sí. Cuando las imágenes escabrosas que nos ponen el pelo de punta y que generan millonarias colectas desaparecen, el drama sigue en esos recónditos lugares. Detrás de cada víctima, de cada cifra, hay una persona con nombre y apellidos. Gente que lo está pasando mal, y que sigue esperando la ayuda del resto del mundo, mientras la actualidad informativa dirige vorázmente su atención hacia otro objetivo, que se convertirá a su vez en protagonista por apenas unas horas, unos días a lo sumo.
Y eso es lo que ha pasado con Haití. Un país que sufre en silencio frente a la indiferencia de la opinión pública mundial, que parece que ha olvidado sus compromisos de ayuda para este país, al igual que ha sucedido en otros rincones del mundo que también han sufrido catástrofes similares. A la propia tragedia, se le suma ahora el drama del cólera, que ha matado a más de un millar de personas desde que comenzara la epidemia hace un mes, y que amenaza con quedar fuera del control de las autoridas sanitarias, pese al esfuerzo de las ONG’s allí presentes.
Urge una respuesta inmediata de los países occidentales, y urge que nadie se olvide de este rincón del mundo, en el que todavía 1,5 millones de personas siguen viviendo bajo lonas de plástico. Pero lamentablemente, Haití ya no noticia para nadie.
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